viernes, 18 de diciembre de 2020

Diego Trelles Paz. El círculo de los escritores asesinos. Lima: Borrador editores-Librosampleados, 2012. 241 p.



Diego Trelles Paz. El círculo de los escritores asesinos. Lima: Borrador editores-Librosampleados, 2012. 241 p.

            Publicado originalmente por la editorial barcelonesa de Candaya en 2005, El círculo de los escritores asesinos de Diego Trelles Paz (Lima, 1977) tuvo su reedición local en 2012. Trelles estudió cine en la Universidad de Lima y posteriormente un doctorado en Literatura en la Universidad de Texas. La novela cuenta las aventuras de un grupo de escritores y su vida bohemia y nocturna por las calles de Lima durante fines de los 90 y de cómo se unen para asesinar al crítico literario del suplemento “El Dominical” de El Comercio (nominado como “García Ordoñez”, quien estudió en la Universidad Católica, p. 108) que vilipendia su primera publicación colectiva.

En entrevista con Pedro Escribano (2006), Trelles sostiene sobre la figura del crítico literario lo siguiente:

–Insisto, García Ordóñez es la valla para los jóvenes escritores.

 

–Ordóñez representa muchas cosas. Primero, como en el personaje del Cid, es un cobarde. En segundo lugar, cuando hablo de Ordóñez hablo de la enfermedad de la literatura peruana en muchos aspectos, uno de ellos es el estado de la crítica. Durante tiempo se hizo crítica en el Perú, no la hicieron críticos literarios, sino estudiantes de literatura o periodismo, era una manera muy irresponsable de hacer la crítica, y el acceso no era el indicado para todos. A los escritores jóvenes hasta hace poco les era muy difícil que les dieran espacio. Así, siempre salían los mismos.

 

–Estamos hablando de críticos literarios peruanos.

–Sí. Pero creo que ahora han cambiado muchas cosas, pero sí creo que durante mucho tiempo hubo un grupo de escritores que dominaba e influía sobre los debates culturales en el país y que generalmente hablaban bien de ellos mismos (énfasis míos)

Hay en las declaraciones de Trelles tres cuestiones: a) el estado “enfermo” de la crítica literaria peruana ejercida por advenedizos y principiantes; b) la falta de acceso de los escritores “jóvenes” en los medios; y c) la existencia de una “mafia” cultural que domina estos medios. Sobre lo primero, la crítica literaria académica en medios masivos empieza a ser desplazada por los “periodistas culturales” (con o sin formación universitaria) hacia los años 80, así que Trelles alude más a la crítica periodística ya asentada en los 90 (que no es necesariamente académica, sino que responde a otros intereses  y objetivos. Es decir, se siguió produciendo crítica académica aunque recluida cada vez más a los claustros universitarios). Por otra parte, reclama tener mayor espacio en los medios periodísticos, ya que la prensa es el medio y canal regular para la difusión cultural (la televisión en general dejó de serlo y aún no se avizoraba los alcances del internet). Es decir, hubo en la recepción de estas obras un carácter reaccionario hacia lo nuevo, y de otro lado (aunque demás está decir que si bien en 2020 lo “nuevo” está ya algo gastado, desde los impulsos de la vanguardia de los años 20 del siglo XX, lo nuevo es hoy lo que más se privilegia con ferocidad para fomentar el consumo), esta “mafia” cultural solo busca los modos de reproducir sus propios valores en las nuevas generaciones.

            La crítica local [un dossier más completo puede consultarse en: https://www.candaya.com/libro/el-circulo-de-los-escritores-asesinos/] destaca tanto los aciertos de la novela como sus errores. Ricardo González Vigil (2006) sostiene que “por debajo de la bibliofilia y la cinefilia compartidas, hay [en los personajes de la novela] una rebeldía contra la mafia literaria”. RGV asume grosso modo la presencia en la novela de esta mafia.

Sergio Galarza (2006) afirma que “Desde el primer manuscrito el lector asiste con los personajes al descubrimiento de un universo idealizado, pero al que a través de sus aventuras empezarán a criticar, luego de conocer los enredados mecanismos del mundillo cultural, donde los favores y la venganza son un alimento más preciado que la palabra certera”. Así, las componendas y arreglos están a la orden del día en la cultura oficial.

Emilio Bustamante (2006) añade que: “Como en aquel corto [Como si la muerte fuera para ellos, 1999, dirigido por Trelles], donde también había un crimen y varias versiones sobre él, Diego logra que tomemos distancia de los personajes y los veamos como ilusos, enajenados o farsantes, pero también como individuos dignos de piedad, ignorantes de ser sólo una construcción de signos, y que alguien que los trasciende, los observa; los lee y juzga”.

En otra línea está Olga Rodriguez Ulloa (2006) quien señala el carácter misógino de los personajes, su estructura de “pastiche de edición comentada”, el no respeto del género policial y que “Como anécdota hallamos el asesinato que perpetran contra el crítico García Ordoñez, un pobre infeliz quien usa su espacio en un semanario para ligarse a poetas o a aspirantes y vengarse de ellas, si es rechazado, o de sus parejas.  El espíritu está allí, el humor también, y sobre todo la consigna: “¡Matemos a los críticos!”. Ojo: no a las críticas”. Esto último llama la atención porque se desprende que la crítica literaria en el Perú fue ejercida exclusivamente por hombres [en 2005 se publica la revista Casa de citas, dirigida por críticas]. Rodriguez Ulloa lee desde otro lugar de enunciación esta idea de matar al crítico. Trelles no discute tanto la cuestión de género del crítico aunque resulta sugerente como problemática real.

Asimismo, Javier Ágreda (2006) sostiene que

El mismo respeto y reverencia muestra el novelista con sus personajes y la cultura underground limeña en general, tan poblada de gente que ha hecho de la pose y el esnobismo una forma de vida. Sin denunciar con firmeza lo ridículo de sus comportamientos, la pobreza de su formación y logros literarios, o lo limitado y mezquino de sus ambiciones, la novela, por el contrario, pretende exaltarlos a la categoría de héroes culturales. Trelles ni siquiera toma distancia con respecto a los prejuicios y lugares comunes de los que parten estos “escritores malditos”, desde la misoginia (señalada por Olga Rodríguez en su reseña de la novela) hasta la incapacidad de la crítica para entender sus obras

Esta “exaltación” puede leerse como parodia humorística de lo que fue parte de la movida de los años 90. En ese punto si bien hay elementos autorreferenciales pero que no llegan a lo autoficción, si es clara la “mirada de amor” del narrador hacia esta generación: la suya propia.

La novela tiene dos modelos escriturales claves, tanto por el espíritu visceral y universo  propio: Roberto Bolaño y Oswaldo Reynoso. En cuanto a la estructura destaca con claridad la película Rashōmon de Akira Kurosawa, que narra el asesinato desde diversos puntos de vista y la novela Pálido fuego de Nabokov por su carácter metaliterario. A todo ello habría que agregar la figura de Borges y de la cultura cinéfila.

Si bien, desde el título, el crimen se instala como el eje central de la novela, el crimen en sí es más bien un pretexto que se va diluyendo conforme se avanza en la lectura (incluso cuando se revela la verdad, esta se convierte en algo mucho más banal) para concentrarse en la vida bohemia y nocturna de estos escritores jóvenes (en realidad más inclinados hacia la poesía) que si bien acreditan su condición a través de múltiples citas, referencias literarias y su propia mitología, son mayores los momentos en los que se habla discute y polemiza sobre el cine. Hacia fines de los años 90, que es el tiempo en el que se ubica la novela hubo un interés por incorporar el cine en la literatura, como estructura, como tema o cita. Esta novela es producto de ese ejercicio al que se denominó como literatura posmoderna que integraba tanto la cultura pop (cine, tv., música) como la “alta” cultura. Hoy es frecuente encontrar estas referencias incorporadas en la literatura, además de la tecnología, cada vez con mayor desarrollo.

Quizás para mayor clisé, uno de los personajes es estudiante de Letras de San Marcos, aunque al igual que los otros miembros del “círculo” encarnan al artista adolescente, ya que reduce el problema de la escena literaria a la aparición o no en medios de prensa para “existir”:

Toda esa horda interminable de lambiscones que viven para servir a los mandarines de la literatura, esas larvas sin nombre que organizan tertulias en sus casas para salir en las fotos y decir “este señor, el que come en mi mesa y se bebe mi vino, es mi gran amigo y escribirá un prólogo estupendo a mi primer poemario sin cobrarme y puede que me presente a Vargas Llosa o a Bryce Echenique” (36)

La imagen remite más a tertulias o reuniones organizadas por la clase media-alta, además de figuras –en ese momento- muy valoradas. Pero resulta del todo superficial esta demanda fotográfica. Socialmente parecen pertenecer a su mismo estrato social, y la “marginalidad” de los escritores del “círculo” es más bien autoimpuesta.

Quizás uno de los fragmentos más interesantes sea “El perro”, en que se habla del pasado del crítico apodado como “García Ordoñez”, que bien podrían servir para debatir acerca de cómo se construye el crítico literario “oficial” de estos medios a los que se alude en la novela. En un momento sostiene el personaje que aquel “Muy pronto se hizo CRÍTICO de las llamadas revistas de primer nivel (esas en donde solo hay espacio para amontonar palabras y todo el mundo dice cosas inteligentes”)” (110). Es curioso cómo se desmitifica el discurso crítico a través del uso de su jerga especializada, operación reducida al juego de “amontonar palabras”, es decir, en el fondo, un discurso vacío. Pero es más curioso que ninguno de los miembros del circulo” hayan visto o leído Ojos bonitos, cuadros feos (1996) de Vargas Llosa, en el que se critica el poder, veracidad  o infalibilidad del crítico de arte, y por extensión del crítico literario: “Tú no eres uno de esos imbéciles que van a mis conferencias y leen mis críticas” dice el crítico Eduardo Zanelli -curiosamente también crítico de El Comercio- a Rubén Zevallos, refiriéndose al hecho de que hay que ser un imbécil para hacerle caso al crítico. En ese sentido, los artistas adolescentes paradójicamente (ya que son parricidas) no se han liberado de la figura paterna, de la voz autorizada, del “espaldarazo” que puede dar una crítica positiva. El crítico no cumple pues esa función salvo la de elevar el propio ego del autor.

El círculo de los escritores asesinos es una novela entretenida que puede leerse de un tirón, si dejamos de lado mucha de las notas a pie de página del editor apócrifo. Muchas de estas notas están pensadas más para un lector extranjero, que no aportan mayor sustancia a la narración. Incluso, que los apodos de la pandilla sean de escritores hispanos de escasa recordación, incorporados más para un lector español, resulta también un anacronismo. Con todo espero que no transcurran otros cuantos años para leer Bioy (2012).

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos