jueves, 18 de marzo de 2021

Pablo Barbieri y César Carpio Guerra (2020). Dallilah. Lima: Forjadestino-Cómic Apocalipsis [64 p.]

 

 

 

Pablo Barbieri y César Carpio Guerra (2020). Dallilah. Lima: Forjadestino-Cómic Apocalipsis [64 p.]

Desde la aparición en el cine de Barbarella (1968) de Roger Vadim, la presencia de la mujer en la narrativa de acción futurista ha estado marcada por dos ejes: la sexualidad femenina y su componente destructor a la vez, justiciero. Nikita (1990) de Luc Besson siguió esa línea desde el espionaje en clave realista. Pero ha sido la ciencia ficción el género en el que esta imagen se ha reforzado a través de múltiples productos: el manga Ghost in the Shell (1989-1990) de Masamune Shirow; las series televisivas Alita, ángel de combate (1993) –basada en el manga de Yukito Kishiro-, Xena, la princesa guerra (1995-2001), creada por Robert Tapert y John Schulian; el videojuego Tomb Raider (1996) –con su personaje de Lara Croft-; o las películas The Matrix (1999) –creado por las hermanas Wachowski, con el personaje de Trinity- o Æon Flux (2005) de Karyn Kusama. La visión predominante de este tipo de personajes ha sido desde la perspectiva masculina, con lo cual, la cuasi desnudez de las heroínas ha sido sobreexplotada. Si bien esto podría ser políticamente incorrecto el día de hoy, a la luz de los cada vez más fuertes movimientos feministas -y que tiene en la primera entrega de Wonder Woman (2017) de Patty Jenkins, acaso una sincera aproximación al imaginario y sentimiento de la mujer-, recordemos también las ideas ejes de la revolución sexual del hippismo de los años 60 y del amor libre (como el uso de la píldora anticonceptiva o el boom de la minifalda), en las que se inscribe Barbarella y todas sus hijas, ideas que han asentado estas prácticas y representaciones como un “verdadero” giro cultural.

La novela gráfica Dallilah, con guión de Pablo Barbieri (Buenos Aires, 1974) y dibujos de César Carpio Guerra (Arequipa, 1979) beben de esta tradición mencionada, anterior a la ola verde feminista que se vive hoy en América Latina. El nombre de la novela alude al personaje bíblico que como sabemos, descubrió la fuente de poder y fuerza de Sansón y lo traicionó. Aquí Dallilah –mujer joven y bella, vestida de tules transparentes, semidesnuda o ropa entallada- es una guerrera perfecta, una máquina invencible, una bestia militar, quien ha sido modificada genéticamente. Esto nos lleva a una variante del ciberpunk: el biopunk que incluye elementos como la biotecnología (manipulación del ADN) y la presencia de un Estado totalitario. Se trata pues de una distopía que transcurre 500 años después del siglo XXI, que luego de un colapso nuclear ha sufrido una regresión cultural hacia el medioevo (en la línea de Mad Max), instalando un régimen político-militar liderado por el Rey Hassis –representado por Carpio Guerra como un ser anciano y grotesco en su corte oriental-, frente al cual luchan los rebeldes guerrilleros, nominados como “ratas” y que viven escondidas como estas. Llama la atención algunas similitudes con Mañana, las ratas (1984) de José B. Adolph, nuestra distopía mayor, no solo en la comparación del pueblo oprimido con los roedores, sino con el hecho de que los que lograron sobrevivir al apocalipsis han fugado hacia otros planetas, autoexiliándose en estos, pero sin perder el control político-económico en el planeta tierra. Si bien se trata de una obra de ficción distópica ya codificada, acaso sea posible hallar desde el punto de vista social, un remanente a la recesión económica argentina que se agravó entre 1998 y el 2002. La novela se publicó inicialmente en la segunda etapa de la revista argentina Bastion unlimited en 2005 y se reeditó en 2017 en una edición limitada. La actual portada aprovecha las formas de las hojas de espada de la fantasía heroica para la tipografía del encabezado de la novela.

Dallilah está divida en tres capítulos. En el primero, el lector conoce el reinado de Hassis y de cómo logran con la ayuda de Dallilah, acabar con el grupo de guerrilleros que viven en cuevas subterráneas, en ese reino que no es otra cosa que un  “maldito queso agujereado” [5]. Asimismo conocemos las intenciones de los integrantes de la corte del rey, quienes planean derrocarlo y a la vez el interés de Hassis por nuestra heroína, a la que los científicos le quitan el chip que permite convertirse en una máquina invencible. El segundo capítulo, que podríamos sintetizar en la toma de conciencia de Dallilah, sobre las verdaderas intenciones del Rey, y de cómo el pueblo se encuentra en la disyuntiva de convertirse en esclavos o morir. Todo esto se da gracias a la ayuda de Zeta, una especie de líder de los rebeldes, quien le muestra la vida rutinaria de los esclavos y el verdadero lado de Hassis –tal como lo hace Morfeo con Neo en The Matrix. Luego de “reimplantar” un nuevo chip se deciden atacar la fortaleza del rey. En la última entrega se da la batalla final. Aquí aparece Ikki, una versión guerrera anterior a Dallilah, a quien esta debe de enfrentar. Los rebeldes junto a la heroína logran vencer las fuerzas de Hassis y se abre una pequeña esperanza para el pueblo ya que ahora  el futuro les pertenece, tal como se menciona en las últimas líneas.

En cuanto al estilo de dibujo de Carpio Guerra es clara la influencia de Masamune Shirow y la estructura narrativa del manga japonés (algunas páginas de Dallilah se leen de derecha a izquierda). Carpio sabe aprovechar la construcción de la página a través del uso de planos aberrantes, no solo como forma de marcar momentos de inestabilidad, sino para agudizar el caos. Asimismo es frecuente el uso de viñetas en vertical que ayudan al movimiento de la acción en sí misma y le dan mayor dinamismo a las escenas de enfrentamiento. Carpio tiene un buen conocimiento de la figura humana y esto le permite mostrar a la heroína en su dimensión sexual, tanto cuando está semidesnuda como cuando en plena desnudez usa sus cientos de “seudópodos”, especie de finos y largos tentáculos que emergen de todo su cuerpo y pueden atravesar otros cuerpos enemigos, a propia voluntad.

La noción de la mujer como máquina de matar va en contra de la imagen tradicional de la mujer como maternal y dadora de vida. En ese sentido, es oportuno preguntarse el porqué de esta insistencia –en la cultura de masas de los años 90 e inicios del siglo XXI-  de representar mujeres guerreras como asesinas. ¿Se trata de un “aire” de liberación femenina que le otorga nuevos roles antes vetados o prohibidos (esta vez como una especie de soldado al servicio de un Estado), o se trata de un rechazo a esta posibilidad y busca el efecto contrario (regresar a la visión de la mujer como madre)? A lo largo de la historia la guerra en sí misma ha sido de modo dominante, una cosa de soldados-hombres. En este punto llama la atención de que 500 años después del tiempo presente, ese encargo se le dé a Dallilah, ya que en la lógica de la historia si bien nos encontramos en el futuro, la humanidad  luego de la guerra atómica ha sufrido una regresión cultural y política hacia el medioevo, por ello, el desarrollo y manipulación genética a las mujeres (como Dallilah o Ikki) no puede ser positiva, sino todo lo contrario, partiendo claro de que hay un sentido de progresión positiva según las coordenadas de la modernidad.

El personaje de Dallilah es graficada como sujeto de seducción y en su lado meta-animal (gracias a los seudópodos). Esta aparente contradicción sirve para una especie de  “sexploitation” (de ahí que su lectura sea recomendada para mayores de 18 años), que sin llegar a la pornografía, incluye temas como el erotismo, la violencia, o el lesbianismo. En varias viñetas estas extensiones envuelven al personaje y por momentos dan la apariencia del vello grueso, aunque más exacto sería hablar de cerdas o de púas, que también cumplen una función protectora del propio cuerpo. La metamorfosis se produce cuando el cuerpo se ve amenazado. Quizás esto sea desde el punto de vista visual, un elemento atractivo ya que retrae a formas de la naturaleza humana (vinculadas a lo desconocido y lo raro) que contienen una violencia animal innata, independientemente del género binario o no binario.

En cuanto al tránsito o cambio de perspectiva sobre los hechos, Dallilah progresa desde el lado del mal (el Rey Hassis) hacia el lado del bien (los rebeldes guerrilleros), aunque mantiene cierta independencia hacia el final de la historia, cuando Zeta quiere cubrir su cuerpo con una manta, ella dice: “Me halló muy a gusto así” [39]. Es decir acepta vivir en su desnudez, pero también sin subordinación de ninguna figura masculina.

La cuidada edición se completa con un capítulo escrito con posterioridad titulado “Las guerras clánicas”, una precuela de Dallilah –escrita y entintada por el propio Barbieri- que explica ese vacío de 500 años hacia el futuro y que permite que el lector visualice el contexto de esta historia distópica. Además se agregan algunos bocetos de Carpio Guerra sobre los personajes de la novela.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos