David
Roas. La casa ciega. Lima: Trascender, 2018. 141 p.
La casa ciega es la selección de cuentos hechas por el
propio David (Barcelona, 1965) para la
editorial Trascender, sobre la base de tres libros de relatos: Horrores
cotidianos (2007), Distorsiones (2010) y Bienvenidos a Incaland© (2014). Estos
tres libros ya han sido revisados en su integridad en anteriores comentarios.
La casa ciega se ha dividido en tres secciones.
En la primera sección encontramos una estructura
iterativa: un personaje (de tipo paranoico) quien percibe la realidad,
distorsionándola. Incluso, un rasgo transversal al personaje es la locura o
insanía, frente a la regularidad, lo cotidiano o lo que se considera como
“normal” o habitual, dentro de una realidad estable. Como todo (o casi todo)
ocurre en la mente del personaje, es posible asumir que nos encontramos frente
a un fantástico de percepción (ya que no hay una “segunda consciencia” que
pueda confirmar el hecho anómalo que aparentemente está ocurriendo), aunque de
los tres cuentos, solo “Tránsito” cumple con ciertos códigos y temáticas
fantásticas (la presencia del muerto, del fantasma), mientras que “Palabras” y
“La realidad está ahí afuera”, se enmarcan más dentro de lo extraño. Por
ejemplo, en “Palabras”, el personaje asume con cinismo y cierta insensibilidad
el misterioso suicidio de su amigo (un escritor llamado David, una especie de
alter-ego del autor real, recurso que aparece frecuentemente en otros textos),
quien pierde la confianza frente a la referencialidad de las palabras, lo que
lo lleva a perder progresivamente la fe en estas, o en su defecto, se fragmenta
y escinde (todo esto es atendido por el narrador-personaje), para concluir que
“Las palabras no funcionan”. Se trata más de una crisis posmoderna del propio
lenguaje.
En “La realidad está ahí afuera” otro personaje paranoico
(en este caso hiper-maníaco de la higiene) desde la cárcel, recuerda los hechos
que lo llevan a esta situación. Es el único capaz de percibir (y oler) una
hediondez que emana del guía del museo. Una peste que es hiperbólica, que solo
es percibida por este asesino accidental, cuya nariz pareciera que cobrara vida
propia. Y aquí nuevamente nos encontramos frente a lo extraño, ya que todo
ocurre “en” el sujeto que percibe. Accidentalmente empuja al guía y este muere
desnucado. Tras ser condenado, el personaje se consuela e incluso gusta de su vida
carcelaria, sosteniendo que “esto casi parece un hogar” (37). Esta idea del
hogar invita a pensar en lo que representa la vida matrimonial “real”, ya que
al inicio alude a la “convivencia”, lo cual implica habituarse a la presencia
del otro y también a sus posibles efluvios. Así que puede considerarse este
cuento en clave realista: el matrimonio como cárcel, los singulares olores
naturales de la pareja, y su aceptación final, etc.
“Tránsito”, al igual que los textos anteriores presenta
un personaje paranoico que ve muertos en la vía pública, como en Sexto sentido. Si bien no hay otra
conciencia que permita verificar que esto ocurre (y por ello hay también cierto
nivel inquietante), lo raro no está en ver al fantasma sino en habituarse a su
presencia (como en Cortázar) y sentir “miedo ante la imposibilidad de dejar de
verlo”. La figura del fantasma corresponde a uno de los tópicos clásicos del
fantástico del XIX, aquí resemantizado.
La segunda sección “Distorsiones” encontramos dos cuentos
extraños “Das Kapital” y “La casa ciega” y tres posiblemente fantásticos
“Duplicados”, “El sobrino del diablo” y “Excepciones”. En “Das Kapital”, un
pasajero del sector económico es trasladado a primera clase y es allí desde
donde se produce una fractura, que al igual que en los cuentos iniciales, no
sabemos si realmente ocurre o de si solo es la fantasía paranoica del
personaje. Una visión que propone el caos para el sector popular frente a la
estabilidad y confort para los del sector A-1. Lo interesante es que si bien el
final es irónico (el personaje concluye: “finjo que pienso en la revolución”),
el trasfondo es mayor, pues refiere a la intelectualidad de la izquierda “caviar”
y arribista que mantiene un discurso popular (pero que en fondo resulta ser un
discurso vacío) pues solo buscan su propio beneficio y mejorar su estatus
económico, lo que no es otra cosa que el deseo de pertenecer al sector poderoso,
que aparentemente rechazan y condenan. En “La casa ciega” un viajero en tren se
obsesiona con una misteriosa casa abandonada y tapiada, que él imagina
habitada. Incluso intenta captar esa “realidad” mediante una cámara (al modo de
Blow up de Antonioni), pero en el
fondo no hay nada anómalo. Al igual que en “Tránsito” el personaje se ha
habituado a la presencia de la casa. Pero ¿Por qué el alter-ego prefiere la
casa fantasmal a la acaso real en la que habita, con personas reales? ¿Por qué
esa evasión o distorsión?
En la línea de lo fantástico destacan “Duplicados”, que
sobre la base de llevar a cabo la especulación teórica del físico Schrödinger,
produce una ruptura en la línea espacio-tiempo, creando por un fragmento una
dislocación del mundo en dos; “El sobrino del diablo” sobre la presencia real
de este agente del imaginario popular (aunque de menor rango); y “Excepciones”,
sobre un sujeto que no puede entrar a su casa (nuevamente, nos lleva a pensar
en la dramática relación sujeto-casa-hogar, a la que no se quiere ni puede
entrar, pero se debe, y que podría extenderse en sus sentidos más dramáticos).
Y la última sección “Bienvenidos a Incaland©” presentan
al Perú como espacios laberinticos, sea Miraflores en “Universos paralelos” o
Cuzco, en “Zona de penumbra”.
En conclusión, los personajes de “La casa ciega” muestran
un nivel de paranoia, lo que les permite distorsionar la realidad, y a la vez
manifiestan conflictos de identidad, metaforizados a través de las
dislocaciones espacio-temporales o duplicaciones que sufren y padecen, siendo
esta una estrategia ficcional y la vez una estructura iterativa que forman
parte del estilo de los textos de Roas.
Elton Honores