carta póstuma a carlos calderón fajardo
Querido Carlos:
¡Qué
injusta es la vida! Recuerdo tus palabras en la presentación de tu última
novela Doctor Sangre, a la que me
invitaste a participar generosamente. Hacías tuyo el sentimiento de José María Arguedas
al decir expresamente: “siento que he vivido en vano”. Más aún, esa noche, algunos
de aquellos autores que tú habías presentado sus libros no se encontraban en la
pequeña sala de la feria (otro mal síntoma de la desidia cultural oficial), quizás te
miraban ya como un fantasma, y el que sería tu último gran libro se despedía así por
la puerta falsa de la escena limeña. Quizás tú sabías ya algo más que nosotros,
tus lectores ignorábamos, pues recuerdo que insististe en que ese era tu último
libro varias veces. Preferí pensar lo contrario, animarte a seguir escribiendo.
Fue una noche lúgubre, entre sombras, densa. La recuerdo perfectamente.
Por
eso es que hoy, en medio de la rutina laboral, la noticia de tu muerte me ha
sorprendido y dejado una pena. Ahora me encuentro en la disyuntiva de
enterrarte adecuadamente, con lo cual seguirás “vivo” en la memoria (con la
posibilidad de caer en el olvido progresivo) o hacer de ti un fantasma retorna
porque tiene aún algo que decir. Sé que gustaba definirte como un escritor
fantasma (dentro del canon local) así que mientras te lean serás el fantasma
gótico que retorna de ultratumba a charlar con sus amigos. Gracias por los
libros que escribiste (y guardo con cariño tus palabras de aprecio hacia mi
trabajo). “Lo que bien amas, permanece/ el resto es escoria”. Descansa en paz,
maestro.
Lima,
la horrible 29 de abril de 2015