VV.AA.
Horror Queer (Antología). Lima: Cthulhu, 2018. 150 p. Selección de Marcia Morales Montesinos.
Esta antología invita a explorar nuevos mundos
narrativos. A partir de la relación entre el horror fantástico y lo queer (o
“cuir”), que alude a la comunidad LGBT, es que los autores antologados enmarcan
sus ficciones. Desde el principio supone un ejercicio políticamente incorrecto,
ya que si repasamos la larga tradición de ficciones de horror, los personajes
centrales han sido dominantemente heterosexuales. En este caso, dado el auge de
los movimientos de reivindicación sexual y de género (y quizás cierto nicho
editorial) es que se propone posicionar como centrales a personajes ubicados
socialmente en el margen. De otro lado, el título en sí mismo supone un juego
ambiguo: se puede sentir “horror” hacia lo queer, es decir, lo queer provoca
horror (como en algunos relatos). En ese caso, detrás de ese juego
políticamente incorrecto se esconde una visión muy conservadora sobre el género
LGBT, ya que estos serían los nuevos monstruos del siglo XXI.
Y es que si nos centramos en los relatos (en este caso,
me comentaré solo a los autores peruanos), solo dos (Carrillo y Huerta) escapan
a ciertos estereotipos creados y aceptados socialmente. En la mayoría, ser
“queer” significa ser máquinas sexuales, dedicarse a la prostitución, o poseer
una alta promiscuidad sexual. En el caso de Carlos Saldívar, el personaje
central se dedica a la prostitución y es violentado por una pandilla de jóvenes
homofóbicos. Frente a la muerte inminente se entrega en su fe a una deidad
maligna, “Nuestra señora de la noche”, que da título al cuento. Esta “diosa” se
describe como “[…] alta, atlética, con amplios senos y caderas curvilíneas,
tenía un traje de apariencia metálica, negruzco, ceñido. Piel trigueña y una
cabellera marrón […] la entidad llevaba unos tacos negros, enormes” (17-18). La
diosa parece una encarnación de “Catwoman”. ¿Podría esta figura claramente
femenina ser la liberadora del sujeto queer?
En
“La chica más honrada” de Gonzalo del Rosario intenta recrear el habla popular de
un sujeto queer en amoríos con un joven sicario. Al descubrir que ella es él,
sufre la violación. Se supone que este recuerdo es el inicio de su actividad
sexual. Tal como está construido el relato, pareciese que el sujeto central
“gusta” (no diremos que “goza”) de lo sexual, a pesar de la violencia. Si el
horror es el acto violento, también podría ser “horroroso” esa forma de aceptar
los hechos.
“El
sireno al revés” de Julio Meza, parte de una anécdota que el propio autor narró
en algún congreso de escritores en Lima, acerca de noticias sensacionalistas
durante los años 90. En ese caso, distorsiona la anécdota para ajustarse a los
requerimientos del libro. Por momentos es absurdo y provoca humor y de otro es
escabroso y vinculado a la serie de seres fantásticos.
“El
íncubo” de Hernest Tarek es conservador desde el punto de vista ideológico ya
que refiere a la mujer como agente del mal. “la mujer […] siempre los ha
llevado [a los hombres] a traspasar el límite de la locura, los convierte en
potenciales transgresores de sus propias leyes a cambio de favores. Muchas de
ellas, también, son presas de la lujuria y la excitación […] (101). Hay una
vuelta de tuerca porque el íncubo sucumbe ante el poder de un singular súcubo
que gusta de las mujeres.
“Crónicas
de la ninfa y el fauno –duelistas en North Town” sitúa las acciones en el año
3069. En este mundo futuro, el sexo se vuelve vital para la vida (¿?), ya que
“el sexo producía ahora en los organismos vivos hormonas y agentes necesarios
para la generación de energía y reconstrucción celular” (120). Se muestran
espectáculos sexuales en los que el exceso y la hipérbole son la distinción.
“El
hijo de Dirty” trata sobre una hipotética pareja de mujeres asesinas, cuya
particularidad (osea, el carácter psicópata pasa a segundo plano) es que de una
de ellas emana un ser asqueroso como larva.
Dos
cuentos escapan a los estereotipos sexuales ya comentados al inicio y llegan a
un nivel alegórico. En “El pelado Jairo” de Tania Huerta, nuevamente aparece el
sujeto queer, que es en el fondo, un psicópata. Él busca ser ella (una mujer
pelirroja), desea ser otro (en este caso, otra). Es un cuento macabro que tiene
como referente a Hannibal Lecter o Norman Bates. Y sin duda, “No me gusta el
terror visceral ni el gore” de Carlos Carrillo, el mejor de todos los
referidos, no solo porque lo queer es aquí un pretexto para contar una buena
historia, en el que mezcla el imaginario local y el horror gótico del cual es
un importante cultor. Un relato potente y de gran imaginación, con una
estupenda vuelta de tuerca.
Así
que están avisados. Horror queer pretende ser un libro alterno a la corriente mainstream (y hasta cierto punto lo es),
pero en el fondo no puede dejar de estar dentro de los paradigmas sociales-
sexuales, dominantes. Es un libro visceral, no recomendable para los amantes
del estilo “García Márquez”, ya que exige del lector otro tipo de sensibilidad.
Elton Honores