jueves, 26 de octubre de 2017

Marcelo Damonte. Bifrost. Montevideo: Irrupciones, 2017. 166 p.



Marcelo Damonte. Bifrost. Montevideo: Irrupciones, 2017. 166 p.

Bifrost, es el título de la novela de Marcelo Damonte (Uruguay, 1967), que dentro de la mitología nórdica alude al puente que une el mundo de los hombres con el mundo de los dioses, un puente que es un enlace entre dos mundos que se encuentran separados. Así, Bifrost de Damonte establece un paralelo entre el mundo racional de occidente con el mundo salvaje americano, en un viaje con una atmósfera propia del absurdo. La embarcación llamada Bifrost, que acoge a una serie de personajes singulares y excéntricos, remite también a la barca de Caronte, el barquero de Hades en la mitología griega, pues si bien la novela está construida sobre la base del tópico del viaje y la aventura hacia un mundo desconocido, se produce hacia el final una transformación, una metamorfosis entre sus tripulantes, que dejan el estado de vida para fundirse en este otro imaginario nativo (se convierten en aves o dejan sus cuerpos), entonces, el viaje que realizan es un viaje hacia la muerte o hacia la resurrección o transformación.
            En parte, la selva amazónica se asemeja también a esa selva inexpugnable de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad de 1899, basada en sus experiencias en el Congo, en el que se alegoriza un viaje hacia la locura o descenso hacia los infiernos (que también está en Apocalipsis Now de Francis Ford Coppola); o al naufragio de Lifeboat (1944) de Hitchcock; pero si nos remontamos más atrás también encontramos viajes siniestros como el de “Rima de un anciano marinero” del poeta inglés Coleridge. Sin duda, la novela Bifrost alude a lo que fue el proceso de colonización e invasión de tierras americanas. Es por ello que la selva aparece en su dimensión infernal. La metáfora de la selva como infierno ha sido retomada por muchos novelistas de esta parte del continente, como una forma de aludir al problema entre civilización y barbarie.
            Adicionalmente, Bifrost remite a un cuadro “La nave de los locos” de El Bosco, pintor flamenco, cuya obra alegórica alude a las debilidades humanas; y a “La balsa de medusa” de Théodore Géricault, basado en un naufragio francés del siglo XIX, cuyos sobrevivientes debieron padecer, hambre, locura y llegar hasta el canibalismo. Incluso para cerrar estas redes intertextuales, el Bifrost de Damonte es también una especie de “Arca de Noé”, que a diferencia del relato bíblico, la propia tripulación humana de la nave “son” las bestias que encallan finalmente en la ciudad imaginaria de Santa María de Onetti, es decir, todos los espacios de la novela van de lo real hacia lo imaginario.
            El espacio americano indígena representado en Bifrost es presentado como maravilloso, enigmático. Dos tiempos cruzan también la novela, el tiempo real de las acciones, que aluden a la época contemporánea (aunque no hay rastros de tecnología) propia de la segunda mitad del siglo XX, y otro tiempo, de fines del siglo XVI, sobre la base de un manuscrito colonial y da cuenta del proceso evangelizador. Así se produce un contrapunto entre ambos tiempos, el que alude a los procesos de conquista y evangelización de la selva americana y el viaje hacia la locura del tiempo presente (y con escenas que se repiten en ese universo, como la locura de los simios en apareamiento). Incluso los nombres de los personajes ayudan a reparar en esa memoria, como el caso del padre Acosta, quien tiene lleva una especie de crucifijo con una cabeza humana reducida por un jíbaro. Es una imagen carnavalesca de cualquier culto religioso. Este contrapunto temporal permite pensar en un espacio-otro detenido en el tiempo. Es una visión que en parte, retoma los postulados de Alejo Carpentier en El reino de este mundo.
            En la novela, por boca de uno de los personajes se plantea una poética: “Lo terrible de lo sobrenatural es cuando sobrepasa los sentidos. Lo peor de todo es que no vimos nada. Si hubiésemos distinguido algo solo sería miedo, pero aquello era algo intangible, siniestro, el horror estaba en el aire, se pegaba a la piel [...] El horror que no se puede ver es el peor de los horrores” (110). Así se distingue el horror, que ocurre cuando se está frente a la cosa amenazante y monstruosa, y un miedo sobrenatural invisible, sugerido por los sentidos.
            Tanto hombres como mujeres sufren cambios, metamorfosis en este Bifrost, que al igual que en la tradición nórdica, es también un puente, un medio para llegar de otro punto, o acaso a un mismo punto de inicio, en el que el ser humano está fundido con la naturaleza. No somos polvo y al polvo regresamos, sino somos naturaleza pura y a la naturaleza volvemos, como otros seres, con otras voces, en otro tipo de viajes, porque la muerte no es el fin: es transitar de un mundo a otro contiguo.

Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos