sábado, 3 de septiembre de 2011

José Donayre. La descarnación del verbo. Lima: Altazor, 2011.



José Donayre. La descarnación del verbo. Lima: Altazor, 2011.*

La primera vez que oí hablar de José Donayre (Lima, 1966) —a quien llamaré Pepe en adelante— fue en un viejo programa televisivo dirigido por Iván Thays, por el año 2003, llamado Vano Oficio. Recuerdo que me llamó la atención por varias cosas: para mí era un autor completamente desconocido, más aun, se hablaba de él como «el secreto mejor guardado de la literatura peruana» (al menos así lo recuerdo. El mismo presentador había utilizado con anterioridad la misma expresión para referirse a César Aira), pero, ¿para qué diablos serviría «guardar» y «ocultar» los textos de un buen escritor a un lector? —en fin—, además de una primera novela suya (La fabulosa máquina del sueño, a la que llamaré La fabulosa máquina…) definida como de ciencia ficción. Una información así es difícil de olvidar sobre todo cuando el realismo era la línea dominante tanto en la escritura como en los estudios literarios. Luego me di con que aquella novela era inhallable. Durante esos años universitarios, en San Marcos, empecé a seguirle la pista a Pepe, un autor que por momentos me parecía más un fantasma, tan evanescente como los personajes de su ópera prima, antes que alguien de carne y hueso. Como no siempre seguía el programa (lo confieso), si apareció Pepe o fue entrevistado, no lo sé. Así, publiqué una breve reseña de La trama de las Moiras, su segunda novela [véase en Tinta expresa N º 1, 2005; luego vinieron mis textos sobre Horno de reverbero en Tinta Expresa Nº 3, 2007; sobre La fabulosa máquina… en Ínsula barataria Nº 10/11, 2010; y sobre Haruhiko & Ginebra, y El secreto de Lostrés en el blog Iluminaciones, ambos en 2011] —cuyo ejemplar había sido comprado por la biblioteca de San Marcos—, el año 2005, ahí aprovechaba para hablar del guiño a la violencia política contenida en esa primera novela que había pasado desapercibida por la crítica y que el autor confirmaría después. Por cierto, pude agenciarme de un ejemplar de La fabulosa máquina…, gracias a los libreros de Amazonas: el ejemplar en mención había sido birlado, escamoteado de la biblioteca universitaria en la que actualmente trabajo (ese detalle acabo de comprobarlo recientemente al releer el ejemplar). Ese hurto ¿fue debido a una «devoción» por el autor (como cuando robaron las primeras ediciones de Borges de una pequeña biblioteca municipal de Buenos Aires) o era producto de un tipo malvado que se movía entre las sombras que buscaba que nadie leyese aquella magnífica novela y que siga siendo Pepe el «secreto mejor guardado» de la literatura peruana? No lo sé. Lo cierto es que dos años después, en el 2007, pude conocerlo en persona durante un encuentro literario internacional, en el Centro de Lima, al que solo podía asistir si faltaba a clases. Pepe fungía de moderador. Recuerdo que estaba Javier Vásconez, escritor ecuatoriano, de estilo kafkiano y fantástico poco conocido por estos lares, junto a Alonso Cueto. Al final, conversé brevemente con Pepe —mirándome con algo de desconfianza y sorpresa por mencionarle que había leído sus libro— y pactamos una entrevista —algo larga— en donde hicimos un recuento de su «obra»: La fabulosa máquina…, Entre dos eclipses, La trama de las Moiras y Horno de reverbero (obras que había editado hasta ese momento). Esa entrevista fue publicada luego en un blog literario y fue bien recibida. Desde esa fecha la amistad se ha ido fortaleciendo. Aunque en Literatura las amistades suelen ser peligrosas y hasta sospechosas, recibí con entusiasmo la invitación de Pepe para presentar esta noche su libro La descarnación del verbo. Me propongo ahora sugerir algunas entradas a la novela o antinovela.

La descarnación del verbo es interesante porque estructura diversos registros a lo largo de la novela: desde la teoría literaria sobre la ciencia ficción pasando por el registro realista y autorreferencial e incluso el viraje hacia lo fantástico; además de establecer un diálogo intertextual con su primera novela (La fabulosa máquina…) desde la posición del autor «real», aunque por momentos el lector duda de si el personaje de esta antinovela no es otra invención ficcional más de Pepe. En fin. La novela indaga sobre cuáles son los límites entre la realidad fáctica del autor real y la ficción. Se supone que el pacto de lectura establece que el lector asume como ciertas todas o casi todas las situaciones entre el narrador (llamado José) y el interlocutor (Pedro), quienes son los personajes principales en buena parte de la novela, pues en el cuarto diálogo onírico, la experiencia de Pedro y algunas ideas sobre un proyecto narrativo cobran vida en el personaje ficcional de Godo (ladrón de libros como El castillo de Otranto, Manuscrito encontrado en Zaragoza o de Las once mil vergas de Apollinaire), por tanto, sus otros personajes (República, Giganta y Mira) se «encarnan» en la ficción junto a Iván Phreak —¿vana coincidencia?— (o Pietr Twain o Igor), síntesis del escritor que solo sabe juntar frases «bonitas» y «pegadoras», con buenos contactos y marketing. Entre «José» y Pedro existe un interés mutuo para la gestación de los proyectos literarios de Katacosma y La Cretíada. Extratextualmente, todo apunta a que las páginas de La descarnación… no son sino otra cosa que papeles rescatados entre el narrador (José) y Pedro Diez Canseco (el proyecto se interrumpe cuando la hermana de Pedro padece de un mal grave: el hecho fortuito termina por contaminar y romper el diálogo entre ambos). Aparentemente no hay un desarrollo argumental de avance de la trama o acciones en sí, pero si hay una intriga: una muerte y un «polvo» brutal. La novela consta de cinco diálogos «oníricos» en los que no solo se habla del proyecto en común sino que se reflexiona sobre la novela: la presencia de los best sellers, conciencia de la marginalidad de la ciencia ficción, predominancia de la imaginación sobre la «investigación literaria» (situación muy posmoderna esta la de inventar e imaginar por encima de la «realidad» o del «realismo»), escribir por encargo (por y para otros) para poder sobrevivir, el escritor y el mercado; el rechazo a la novela total o su posibilidad contracultural vacía de sentido. La descarnación… es así también una novela metatextual. También, la condición de «autoría» se desestructura. Las fronteras entre autor real e interlocutor se quiebran. Incluso en el último diálogo el personaje cobra «vida», se vuelve real, se «encarna» y reclama su condición de existente, descarnándose hacia el paroxismo, frente a una asombrosa y abrumadora realidad, buscando expulsar la palabra final.

Siempre me ha llamado la atención en Pepe su interés por no repetirse narrativamente en sus libros —aunque hay siempre elementos obsesivos que aparecen: la mujer como algo sagrado (República, mujer que se vuelve transparente cuando se excita; doblemente pública, por eso re-pública; además de la clave política de República: verdadera utopía nacional) o las referencias al mundo griego. En todos sus proyectos apunta una intencionalidad que busca salir de lo ordinario, destacando su necesidad por crear algo nuevo y original, por «Escribir una cosa alucinante, única, irrepetible» (72), como se expresa en la novela. Si antes se decía que la novela había muerto (supongo que la novela épica social, al modo decimonónico o incluso a cierta novela experimental) Pepe le da la «estocada” final: el propio proceso y mecanismos de la ficción, los entretelones, lo obsceno (lo que está fuera de escena), aquello que usualmente no tendría por qué ser materia literaria, Pepe lo convierte en Literatura y de la mejor manera. Paradójicamente, Pepe muestra su fervor por la novela, su fe ciega en esta como forma literaria. Si su hipótesis de trabajo es cierta, este momento esta presentación puede ser también literatura: no necesitamos la irrupción del diablo en la mesa para convertir este evento en algo imposible, porque quizás baste con que esté ya internamente en uno de nosotros, cosa que no quiero comprobar. En fin. En extremo, para el narrador, la inspiración (las ideas) puede surgir incluso de la propia escoria, de aquel resto de Ezra Pound o de la residua de los alquimistas. Pero paradójicamente Pepe le devuelve a la novela su carácter polémico. La descarnación… es una novela de ideas, puede ser leída como un tratado de la novela moderna, ensayo de novela (en doble sentido) o como novela polifónica.La descarnación… es una novela hecha de literatura que literaturiza absolutamente TODO.

En una sociedad industrial en la que existen escritores de oficio (que pueden escribir sobre cualquier cosa para fines de consumo) esta novela invita a pensar no solo en el género en sí, sino que vuelve siempre a la pregunta fundamental: ¿para qué escribir? Pepe ya no es una promesa ni el «secreto mejor guardado» de una literatura peruana caracterizada por excluir todo aquello que salga de los parámetros miméticos-verosímiles o interesarse casi exclusivamente por la ahora llamada narrativa andina. Pepe es ya una realidad y una posibilidad para la nueva narrativa peruana y también para la vertiente fantástica. Celebro esta noche la aparición de una novela como La descarnación… que cierra una trilogía brillante: infierno (con La fabulosa máquina...), purgatorio (con La trama de las Moiras) y acaso el paraíso (con La descarnación…), aunque no haya encontrado en esta ni risas blancas ni esperanzas ni ángeles que me guíen por el camino de la luz, sino un humor negro, ácido y un enorme cinismo que nos hace bien a todos. Demás está decir que los invito a «descarnar» a La descarnación… para hacer que la voz narrativa en este libre maldito nos «hable» al oído y expulse así la palabra imposible.

*texto leído en la presentación de La descarnación del verbo en la 16a FIL de Lima, el 31 de julio de 2011.