lunes, 7 de junio de 2010

Carlos Saldívar Horizontes de Fantasía





Carlos Saldívar. Horizontes de Fantasía. Lima: Ediciones MB, 2010. 92 pp.

Carlos Saldívar (Lima, 1982) acaba de publicar su segundo libro de relatos Horizontes de fantasía, libro que incluye 16 narraciones escritas en años que van desde 1997 hasta el 2007. Este criterio de selección impide emitir un juicio más preciso respecto de la madurez alcanzada por el autor desde su opera prima publicada en el 2008, Historias de ciencia ficción. Por ello, en conjunto, hay algo de irregular en la calidad de los mismos. Ello no impide que el libro contenga excelentes relatos como, por ejemplo, “Encarar” y “Eran felices”, desde mi punto de vista, los mejores del grupo.

En este nuevo libro se abordan registros como la ciencia ficción, lo fantástico y la fantasía pura, principalmente. Los tópicos que articulan el libro son: la dicotomía cuerpo/ alma, la búsqueda del objeto amado y de la felicidad y el (en) sueño -con cierto eco romántico-.

Al igual que muchos autores del género como Asimov o King, Saldívar realiza un ejercicio de autoanálisis respecto a sus propios cuentos y de su propia condición. Así, señala algunos aspectos interesantes que paso a comentar. Señala el autor que “nunca me han pagado por los cuentos que he publicado (…) escribo porque amo hacerlo” (9). Esta primera idea grafica la situación de muchos escritores locales, que independientemente de los registros que utilizan, no cuentan con un soporte editorial moderno que les permita “vivir” de su escritura. A ello se suma que las actuales revistas de literatura son más empresas “románticas”, pues son pocas las que alcanzan algún tipo de apoyo económico de alguna institución extranjera (más difícil aún con las locales) y casi todas terminan finalmente autofinanciándose o consiguiendo fondos que resultan más que un misterio. El pago a un colaborador resulta hoy simplemente imposible.

Agrega Saldívar que: “escribir representa un sacrificio en un país donde publicar es casi una actividad insana” (9). La escritura se liga al “gasto”, en la noción de Bataille, de aquello que es improductivo (en términos económicos). El autor agrega que: “gracias a la red he podido leer libros que nunca hubiera podido conseguir en papel, ya sea por el exceso de costos o porque, simplemente, no llegan a este lado del charco” (10). Esta breve reflexión invita a pensar en internet como algo más que una biblioteca virtual. Desde el punto de vista de producción, hay mucho material disperso en la red de autores peruanos adscritos a lo fantástico y la ciencia ficción, que prácticamente no existen, porque desde los estudios literarios tradicionales, aún se piensa en el libro en términos clásicos, es decir, como un bien físico, impreso en papel. El libro (o los relatos) deben “costar”, pues si están en la red, deben ser porque no son buenos, piensan los más conservadores. El problema se complica aún más si pensamos en quién “filtra” lo que se publica, con qué criterios, etc. Volviendo a la cita, esta grafica nuestra condición periférica en términos de punto de referencia cultural: muchos libros de literatura simplemente no llegan a Lima (que acaso sigue siendo el Perú).

El autor da a entender que para escribir ciencia ficción “Hay que investigar mucho para lograr un relato de calidad” (10). Este problema ya lo había anotado Adolph en una entrevista: los escritores peruanos son “ociosos”, no les gusta investigar. Es un problema extratextual, pero lo cierto es que seguimos siendo mayoritariamente consumidores de ciencia y de tecnología, pero ello no establece una relación mecánica con la producción ficcional en este registro. Prueba de ello es que se siguen produciendo relatos de ciencia ficción.

Saldívar agrega los elementos que mueven su escritura: “Me gusta escribir textos sencillos, textos que las personas que no están acostumbradas a leer puedan asimilar con facilidad (…) He reunido estos relatos, pensando, como dije, que este libro formará parte del plan lector de algunas escuelas (…)” (10). El proyecto de este libro es así válido. Hay algo más: resulta raro que un autor pida a sus lectores que le envíen comentarios sobre lo leído. Para Saldívar, ello es “muy importante” (12) para seguir escribiendo. La conciencia de Saldívar es que sin lectores, no hay escritor. Por ello sorprende la modestia, en un medio en el que los escritores se caracterizan precisamente por lo contrario.

Finalmente, solo quisiera hacer una glosa sobre “Encarar”. Es una narración que puede funcionar de modo independiente. Se centra en la metamorfosis de un joven (autopercibido como “feo”) que vive desde una experiencia de mundo cuasi adolescente. Al entrar en contacto con una sustancia experimental, durante una práctica dental, el personaje empezará una metamorfosis facial, en medio del flirteo amoroso con una muchacha, objeto de deseo. El relato se centra en la autopercepción de cómo va metamorfoseándose. Para ello, el narrador elige expresiones irónicas como “parezco La mole, de los Cuatro fantásticos, de nariz respingada, orejas grandes (seguro muy sucias) y ropa de Gamarra” (16), “Frankenstein cholo” (18), “un hombre rana” (20), “luzco como si me hubieran atropellado con una moto (sierra)” (21), “un alienígena” (21), “una mezcla de Freddy Krueger y Pinhead, el tipo de Hellraiser” (24). Estas formas, más allá ironizar la belleza exterior, están más en relación con el problema de la identidad, al igual que el personaje principal de Adiós, Ayacucho de Julio Ortega, quien de forma similar, ya había usado un tipo de autopercepción irónica que problematiza la novela.

Solo grafico una escena: el personaje de Saldívar, frente a la muchacha amada, empieza nuevamente a metamorfosearse, esta vez de modo total. El personaje dice “mi piel se raja y ese fluido escapa por mis poros como mazamorra de un envase roto” (25). El personaje retorna a su casa, pero vuelve huir y en medio de la huida se choca con una señorita: “Me ha mirado a la cara. ¿Qué monstruo habrá visto? No se lo quiero preguntar. Aunque escucho que su garganta da a luz dos palabras: ‘un choro’ ” (25). El lenguaje local costumbrista hace que el texto funcione, pero mejor aún, se apropia con efectividad de registros y códigos (hay un guiño a la cf), proponiendo así, algo realmente nuevo y más que meritorio.

Llama la atención el final del relato: acostumbrados más a quedarnos y aceptar el fracaso del personaje (dixit: Ribeyro), que nos resulta real, este final (totalmente posible en el mundo de la ficción) resulta anómalo, por su carácter de poco probable: el final feliz, pues finalmente el personaje se vuelve “bello” con la posibilidad de una cita con su amada y un cambio radical en su vida. Sin duda, podemos especular qué pasará con el personaje, pero resulta gratificante saber que al menos tiene un mundo de oportunidades que le eran negadas al principio: la ilusión es acaso posible.


Elton Honores
Universidad San Ignacio de Loyola