sábado, 8 de febrero de 2020

José Donayre. Superhéroes. Muestra de relatos épicos peruanos. Lima: Altazor, 2019. 364 p.



José Donayre. Superhéroes. Muestra de relatos épicos peruanos. Lima: Altazor, 2019.  364 p. Ilustración de portada: Martín Espinoza.

            Además de ser un excelente escritor, José Donayre (Lima, 1966) es editor y promotor cultural. Acaso uno de los editores más serios del ámbito limense. Desde el año 2014 empezó un proyecto antológico (o de muestras) sobre diversos temas: Horrendos y fascinantes (2014) dedicado a los monstruos, Ultraviolentos (2014) sobre la violencia en sus múltiples dimensiones, Se vende marcianos (2015), sobre la ciencia ficción, ¡Arriba las manos! (2016), sobre el cuento policial, Sexo al cubo (2017) sobre la narrativa erótica escrita por mujeres y Superhéroes (2019), conformando así una septalogía de la narrativa peruana del siglo XXI. En su afán por descubrir nuevas voces o poner en valor, algunas otras, Donayre utiliza diversos criterios para organizar sus muestras, una de ellas es tratar de no repetir a los mismos autores. Así que si sumamos el número de autores que componen su ciclo, estaríamos hablando de más de cien autores nacionales, que están alejados del catálogo de las dos grandes transnacionales, que conforman proyectos narrativos singulares, y que también ameritan mayor atención de las grandes editoriales, de los medios periodísticos y de la crítica académica.
            Como buen antologador, Donayre plantea las reglas de juego en su prólogo. Hay pues dos ámbitos principales acerca de la noción del superhéroe, la mítica y la ficcional (en un tercer nivel estarían los héroes históricos, en un registro más realista). En el caso de la muestra, el superhéroe tiene dos claves principales, posee superpoderes extraordinarios y tienen como misión hacer justicia, constituyéndose en modelos del Bien. Pero hay también cierto espacio para la ambigüedad, o mejor dicho, cierto conflicto interior en algunos personajes de la muestra (como el caso de Raúl Quiroz).
            En líneas generales la muestra es equilibrada, y homogénea. A nivel ideológico, los cuentos se alinean a las últimas tendencias del movimiento queer y del feminismo, como el superhéroe gay del texto de  Luis T. Moy (o el cuento de Daniel Collazos, que comentaré luego), pero además cierto nivel de pesimismo respecto de la propia sociedad limeño-peruana en el que las instituciones públicas funcionan mal o son altamente corruptas -  que las convierte en el verosímil del género por excelencia. Es el caso de los malos militares de Alfredo Dammert y la violencia que ejercen contra las mujeres (aunque aquí las mujeres no se liberan por sí solas sino que necesitan del héroe), o también en Poldark Mego, en el que una antigua divinidad destruye el Congreso de la República (lo que me hizo recordar a The black scorpion, película de CF de 1957, ambientada en México).
            Hay cuentos que destacan y centraré mi comentario en ellos. “Superman, mi hijo” de Fernando Aguirre posee el tono y la densidad filosófica como para hacer creíble el dialogo entre Superman con el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, creador de la noción del superhombre. En esta se revela una antigua verdad: Superman es el defensor del Estado (cfr. Superman y sus amigos del alma de Dorfman y Jofré, 1974). Se puede decir que es más un diálogo filosófico antes que una narración en sentido convencional.
“El rostro oculto” de Daniel Collazos, es un homenaje a la tapada limeña, que ampliada, bien podría dar pie a una novela gráfica o a una novela más larga, ya que el personaje tiene bastante potencial. La tapada es una especie de ser informe, la mujer de los sueños de hombres perversos, que acaba con los abusivos y maltratadores de mujeres. La tapada se describe como un fardo y una masa envuelta en túnica (89), pero cuyo rostro genera pavor: “Ante él apareció una pálida mujer calva de rostro desfigurado por cicatrices irregulares. Sus párpados estaban cubiertos de negro a causa de profundos moretones; parte de su pómulo se encontraba desgarrado, exponiendo dentadura y encías; sus labios estaban unidos por una tosca costura negra que le impedían abrirlos. Un corsé negro cubría sus pechos y abdomen, dejando la piel viscosa y quemada de su cuello y hombros. Una larga falda opaca ocultaba el resto de su cuerpo” (91-92). Es la imagen de la muerte, pero también de la cosa innombrable y de lo real.
“Presión y represión” de Ángela Luna trata acerca de un superhéroe de nombre el “Rebelde Justiciero”, con un aspecto al Neo de Matrix, quien entrega a la sociedad civil a sujetos corruptos, con las respectivas pruebas de su delito. Sin embargo, el Poder Judicial termina siempre por liberarlos. Una campaña de desprestigio en contra del justiciero hace que finalmente desaparezca en el anonimato. Más allá de la alusión al Batman de Bob Kane, Luna se encarga de mostrarnos que la corrupta ciudad gótica del caballero de la noche no está tan ajena a la realidad peruana, aún en época del fiscal José Domingo Pérez.
“Hyperión” [el que camina en las alturas] de Hans Rothgiesser muestra la burocracia kafkiana por la que atraviesa nuestro personaje para obtener una licencia de superhéroe y ejercer actividades en la corrupta Lima. Lo interesante es que imagina al superhéroe como una marca que necesita de redes sociales, jefe de prensa y auspicios, es decir, una persona de influencia en la sociedad (o “influencer”), pero que fracasa por la propia legislación, pues como se afirma: “[…] más problema era desobedecer el mandato de la agencia reguladora de vigilantes con sus multas y sus trámites que dejar suelto a un criminal internacional homicida” (305). El texto puede leerse sin las notas a pie de página que acentúan lo absurdo del sistema legal.
“Empujones cuánticos” es sin duda, el mejor relato de la muestra, escrito por Yelinna Pulliti (de quien esperamos ya la publicación de su segundo libro de cuentos). Trata sobre un personaje que trabaja como personal de mantenimiento de un acelerador de partículas y que accidentalmente ingresa a una dimensión paralela que le permite anticipar el futuro. Este poder le permite deshacerse de personajes corruptos como mandatarios o altos mandos militares, mediante un “empujón”. Sin embargo estos son reemplazados por otros peores. Tras el fracaso decide concentrar su atención en ese “enorme conjunto de seres humanos cuyas vidas pasan sin sentirse” (241). Es un texto que muestra la vileza de los superpoderosos, pero también la lucha por salvar a los seres más anónimos, aún cuando sabe la fecha en el que el universo desaparezca. Es un texto esperanzador y altamente humanista.
Una observación genérica sobre el libro: quizás hay un poco de exceso en las escenas de luchas, no tanto por la representación de la violencia en sí misma, sino por la capacidad de hacer verosímil estas mismas escenas. Es decir, la temática de superhéroes está dominada por el cine norteamericano, así que no solo se consumen estos modelos exclusivos sino también se imita la forma de narrar las escenas de acción. Entonces la competencia está entre la verosimilitud del cine versus la verosimilitud en el cuento. El cine, por su mayor capacidad realista (además de efectos por computadora, alta producción, etc.) viene ganando en este punto. Los textos que obvian o reducen este elemento superan con creces el riesgo de caer en lo ya visto en imágenes, centrándose más en la parte moral o en el conflicto humano.
En suma, se trata de una buena antología de textos de ficción fantástica que abre una línea poco explorada e inaugurada por este descubridor de temas llamado José Donayre.

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos