Salvador Luis. Tercer cofrecillo.
Lima: Casatomada, 2025. 203 p.
Con esta tercera entrega, Salvador
Luis Raggio Miranda (Lima, 1978), cierra (esperemos que no) el ciclo de
narraciones breves y raras, de notable factura titulada como “cofrecillos”,
nombre de impronta arabesca que propone revisar los tesoros literarios más
exquisitos de su pluma. Es, como se señala en la contra, una obra en prosa, lo
que lleva al lector a cierta dimensión subjetiva y lírica de mirar la realidad a
partir de personajes introspectivos, cuya forma narrativa está marcada por el
fragmento posmoderno.
La primera parte titulada “Una
absurda y obscura potencia” incluye una serie de formas asociadas al cuento en
el que irrumpen cuerpos torturados por experimentos científicos, las fantasías
de un serial-killer, la materialidad corporal, una casa que es a su vez una
especie de videojuego mortal, personajes suicidas, o el policial paródico que
rinde homenaje a El túnel de Sábato. Tanto en este último (“Algo acerca de un
edificio de apartamentos”) como en la casa videojuego (“Inmortal Heroine 12”),
la casa cobra una función especial, que nos remite sobre todo a “La casa” del
genial Adolph, en el que un individuo se va disolviendo lentamente en la nada
como en una pesadilla kafkiana. En los dos cuentos de Salvador, la casa es un
agente mortal, sea tanto en su materialidad física como en su simulación de la
vida. También es posible asociarlo con “La casa abandonada” de Levrero (que a
su vez dialoga con el clásico “Casa tomada” de Cortázar), el otro gran raro latinoamericano
junto a Adolph de la literatura de los años 60 y 70.
La segunda y tercera sección son
dos nouvelles. “Roderick en la niebla” es una narración delirante acerca del multiverso,
de un personaje de nombre poeiano, con múltiples intertextualidades al cine y a
la cultura de masas. El narrador es también una suerte de demiurgo lyncheano.
En “A quien oiga esta voz” se habla
de una guerra extraña y absurda cuyo escenario puede ser parte de The
Twilight Zone como de 2001 de Kubrick. Demás está decir que este
cuento tiene conexiones con “Los pilotos del templo de piedra” (Stone Temple
Pilots, en inglés) del siempre genial José Güich, quizás porque parte de los
mismos referentes culturales.
A estas alturas, decir que Salvador
Luis es raro o “weird” creo que resulta insuficiente, busquemos un mejor
adjetivo que dé cuenta de lo raro y lo espeluznante de sus narraciones, de sus
personajes solitarios, de los juegos de palabras, y de esa mezcla tan singular entre
Borges y Lynch.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San
Marcos
