jueves, 24 de octubre de 2024

Angel Jiménez. Apocalipsis en Lima. Lima: Euforia, 2024. 331 p.

 


 

Angel Jiménez. Apocalipsis en Lima. Lima: Euforia, 2024. 331 p.

 

          Desde el título de su opera prima, Angel Jiménez (Lima, 1988) propone un fin del mundo en un escenario local, limeño. Esta operación resulta toda una apropiación. Si bien desde la novela cuasi fundacional del género, Requiem por Lima (2014) de Hans Rothgiesser, ya se ubicaba las acciones de este “fin del mundo zombi” en la “ciudad de los reyes”, más en específico en Miraflores, otros espacios de la ciudad han sido poco tratados. Ese es uno de los méritos de la novela: salir de Miraflores, no solo como centro hegemónico sino casi como símbolo del poder e incluso como compensación imaginaria de un sector que siempre desea ver destruida Miraflores (y Lima, en general). Lo hemos visto así en las últimas marchas que se convocan desde las regiones contra el centralismo de la capital y sus pésimos políticos de turno.  Lima es el escenario distópico por excelencia.

Jiménez amplía el paisaje urbano hacia calles más populares del centro de Lima como el jirón de la unión, la avenida Abancay, el río rímac, o la avenida los próceres de la independencia en San Juan de Lurigancho. Este nuevo Perú será el escenario en el que se desarrollan las acciones principales. Así, el paisaje urbano sale del confort miraflorino central para mostrar otros sectores, microhistorias indirectas de aquellos que también forman parte de la ciudad. Ello no impide que en Miraflores se produzcan saqueos y escenas de violencia, como una suerte de degradación o inversión de valores.

También la portada del libro revela una clave de la historia: la ciudad invertida, el mundo al revés, la coexistencia de dos mundos alternos que se refiere como giro hacia el final de la historia.

En cuanto a la estructura, la novela está escrita al modo de transcripciones de testimonios acerca de un apocalipsis zombi ocurrido en 2011. Esto plantea ya un problema de sentido: ¿se trata de un mundo alterno en donde ocurrió el apocalipsis zombi? ¿o es nuestro propio mundo, en la misma línea histórica temporal? La novela no da respuesta clara, pero al mencionar la existencia de la ASIPP (Agencia Secreta de Investigación y Protección del Perú), nos recuerda a estas instituciones paralelas y en las sombras a la vida cotidiana del común de los habitantes, tal como ocurría en R.I.P.D. Policía del más allá (2013), en el que muertos vivientes ayudaban a fantasmas a cruzar el umbral, o Men in black (1997), organización secreta que vigila las actividades extraterrestres en la tierra. Aunque acá en la novela de Jiménez la clave es más realista, se vincula más no al servicio de inteligencia, sino a una burocracia que la lucha contra las conspiraciones. Imaginemos ya el enorme aparato estatal que cada día se amplía más y pensemos en esta obra burocracia paralela sin fines no control político, con fondos inagotables o sin auditoría. Es decir, un saco roto y delirante si fueran reales, en el fondo.

Ahora bien, los primeros indicios del apocalipsis zombi irrumpen a través de imágenes de la TV o del cine, es decir, lo zombi está fuertemente conectado no solo a la cultura audiovisual, sino a la imagen en sí. En las primeras páginas, frente al caos, el principal objetivo de la burocracia es salvar al ministro. Parece que aún en el apocalipsis los políticos son figuras intocables, con gran poder incluso a pesar del desastre o en el desastre, que siguen gozando de privilegios, lo cual es también un absurdo. Otro punto es el rumor de un “golpe de estado”, otro tipo de fantasía que explica cualquier tipo de caos (que al final se confirma). En el último lustro la inestabilidad política es tal que es una obviedad decir que vivimos en el caos permanente, en el apocalipsis zombi, aunque los zombis son de otro tipo: ministros, jefes de estado, congresistas, abogados, periodistas, o ciertos “líderes” sociales.

El estilo de la novela pretende parecerse a un informe técnico o transcripción fiel de un testimonio. En ese punto es aséptico y frío. Al igual que mucha narrativa zombi hay espacio para la especulación acerca de su origen, aunque se menciona que los infectados del virus IRIS se vuelven ciegos, violentos en extremo, con un razonamiento primitivo, pero pueden oír. Entonces, en ese mundo, lo mejor es pasar desapercibido: no hacer ruido, premisa que comparte con la franquicia Un lugar en silencio (2018). En términos semióticos “estar ciego” funciona como metáfora que aquel enceguecido por una ideología radical, violentista; mientras que “no hacer ruido” indica más un sujeto que no se queja, no grita, que simplemente sobrevive.

La novela ofrece también imágenes decadentes: “Frente a él, la fachada blanca del Congreso de la República resalta entre todo el desastre, y las enormes rejas negras que bordean el edificio se encuentran abiertas de par en par […]” (91). Ya no existe el poder corrupto que emana de esa edificación, y las pulsiones y deseos negativos se han cumplido: el congreso es ahora un edificio fantasmal.

En otro momento, tras su peregrinaje hacia San Juan de Lurigancho se agrega: “La lluvia había dejado charcos de agua por todos lados, así que debían caminar con más cautela para evitar resbalones. Había rastros de ataques pasando la plaza. Autos chocados, personas muertas en el piso. El agua sucia de mugre y sangre se les colaba por las medias mientras caminaban, evitando delatar su presencia” (98). La escena es grandilocuente, pero tratemos de imaginar el detalle de la mezcla entre la sangre y la mugre como realidades opuestas: una representa la vida (dentro del cuerpo), fuera del cuerpo es signo de la muerte; la mugre en cambio no solo es suciedad física sino posiblemente moral, que está más cercana a los valores sociales ya inexistentes. Y esa mezcla absurda (sangre y mugre) es grotesca, incluso repulsiva.

Los bombardeos en Lima para controlar la pandemia zombi es una imagen propia de las narraciones distópicas. En este punto hay que destacar Mañana, las ratas (1984) de Adolph que ofrecía ya estas imágenes catastróficas y de una guerra “invisible” que ocurre en América Latina, por la conquista del poder político.

En el último tramo de la novela, el autor ofrece un giro radical. Ubica las acciones en 2022, unos diez años después del apocalipsis. El personaje central da cuenta del surgimiento de la Nueva Lima con zonas de refugio en distritos como San Juan de Lurigancho, Ate o Carabayllo, así como de la desaparición de los EE.UU. Poco tiempo después, los efectos del uso de la bomba provocan una fisura en el espacio tiempo que provocan una grieta que se grafica en la portada inicial del libro: la coexistencia de dos mundos en el mismo plano de realidad. Así, los mensajes de ese tiempo futuro de 2024-25 viajan al pasado 2011 como mensajes en el que se describe todo el asunto del apocalipsis zombi que hemos leído (una suerte de manuscrito enviado para ser publicado). El personaje de 2011 recibe vía electrónica todo este manuscrito-informe y comprende que debe de actuar para evitar el desastre. La idea del mensaje del futuro hacia el pasado, para cambiarlo nos recuerda a Frecuency (2000).

Se trata de una novela con virtudes en los aspectos ya enfatizados, y ofrece una posibilidad para el tratamiento del zombi en la narrativa peruana contemporánea que parece no agotarse nunca y que como su propia figura, nunca muere.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos