David
Roas. Bienvenidos a Incaland®. Madrid: Páginas de espuma, 2014. 138 pp.
Bienvenidos
a Incaland ® el nuevo libro de David Roas (Barcelona, 1965), es la versión fílmica de Indiana Jones y la calavera de cristal pero escrita por los Monty
Python. Al igual que el film que representa al Perú, es un libro delirante en
el sentido literal de la palabra. Si Colón al llegar a América creyó llegar al
edén, el alter-ego de David (a quien llamaremos por comodidad Roas) cree haber
llegado al infierno, a una especie de Wayward
Pines andino. Al igual que en la historia que protagoniza Matt Dillon, el
único modo de salir del infierno es por el aire. Lima es una ciudad cercada, semejante
al universo planteado en la serie del canal Fox, producida por Night Shyamalan.
El Roas-turista se ve pronto en una ciudad cercada de monstruos (los abbies, traducción local: las llamas) rodeado de seres humanos raros y
costumbres extrañas y sobre todo, en
donde no hay salida, es decir, entrar al Perú es ingresar a The Twilight zone, la dimensión
desconocida en la que nada es lo que parece y terminamos por descubrir zonas
insólitas, abyectas, excluidas, no reconocidas por el sujeto aristotélico-cartesiano.
En una
entrevista, David nos da una clave de lectura para entender el libro, dice:
“[…] lo que traté no es tanto contar lo que es Perú, sino qué sentía yo en Perú” (VERA 2015, énfasis míos). Esto nos deja mucho
más que tranquilos porque sentir no es exactamente lo mismo que pensar o ser.
Se supone que el sentir es subjetivo, así que el libro es un puro sentir, una
visión personal y singular, un sentir distorsionado por el lente de Roas. Por
ello al alter-ego de David no le interesa comprender sino sentir esta (nuestra)
realidad desquiciada, alucinante o “cutre”, cuyo principal atractivo turístico (Macchu
Picchu) está lleno de visitantes “gilipollas”.
La
principal operación mental y retórica es la “analogía” o “comparación”. Esta
misma operación la habían hecho ya los primeros cronistas al llegar al Nuevo
Mundo hace ya varios siglos atrás o incluso los viajeros de los siglos pasados,
pero no con el espíritu de los románticos del XIX que idealizaron el espacio
americano, sino el de los positivistas del XVIII, que creían descubrir una
novedad. Positivista posmoderno –si cabe el sampleo
entre ambos- y como viajero, Roas no es ajeno a esto. Desde el punto de vista
epistemológico, el alter-ego de Roas es un observador externo que ignora nuestras
claves culturales nativas y más bien utiliza unos parámetros de referencia
ligados a la cultura de masas o serie B o Z para sentirnos. Durante su itinerario el alter-ego Roas-turista va
comparando lo que ve con lo que él conoce. Su idea de realidad normal se opone
a la idea de realidad anormal (la nuestra). En este punto el alter-ego Roas da
fe de su completa salud mental pues demuestra que es más racional que un
ilustrado francés del siglo XVIII, pues todo tiene una explicación (incluso
este mundo desquiciado). Por ello, las analogías que establece el Roas-turista
entre nuestra realidad y lo que él conoce se basan tanto en The Twilight Zone como en los zombis o
los oscuros universos de Lovecraft, Pulp
fiction de Tarantino, la maquina parlante de Burroughs de El almuerzo desnudo, Mad Max, o El padrino de Francis Ford Coppola.
Ya en otra
entrevista había confesado que [cito] “[…] quería lograr algo parecido a lo que
solía ocurrir en la Dimensión desconocida”
(E.H. 2015). Roas es un turista así lo niegue o se metamorfosee en llama (tal
como en la foto del libro). Como afirma Luis Artigue (2015), Roas es “[…] un
turista ciberpunk algo naïf o, por lo menos, poco ducho en la cotidianidad
postincaica…”, con una voz narrativa entre erudita e ingenua (ARTIGUE, Ibid). Así,
Roas es tan erudito como Cervantes e inocente como el inicial Lazarillo de
Tormes. Y es que gran parte del humor roasiano es efecto de un costumbrismo medio
parroquial que recuerda en algún pasaje a los primeros migrantes que llegan a
Lima de los años 50, fenómeno que está representado en el humor gráfico de la
prensa limeña del periodo (cfr. “Serrucho” de David Málaga).
La
otra estrategia será la aliteración o repetición de estados de ánimo (miedos
infantiles para ser más exactos) que irrumpen como fantasmas a lo largo del
libro-novela-viaje de costumbres-horror sobrenatural-autoficción-diario de
viajes. Punto en el que todos los críticos-lectores han coincidido y por ello solo
cito a Javier Menéndez Llamazares quien señala el “mestizaje” de géneros en
este libro como un aporte. Y suscribimos tal afirmación pues más allá de lo
posmoderno de la perspectiva de Roas, podríamos afirmar que el mestizaje cultural
experimentado en Lima lleva al autor a mezclar géneros (novela, libro de
cuentos, literatura de viajes, autoficción) para dar cuenta de una realidad que
no es estable y que tiene evidentes resonancias histórico-coloniales.
Pero
vayamos a la portada de Fernando Vicente, que rinde homenaje al film El secreto de los incas: Vemos a una
pareja fundacional de rasgos anglosajones que miran hacia el cielo en distintas
direcciones ¿acaso el terror caerá del cielo como en la novela de Lovecraft?
Pues parece que sí. El miedo es provocado por un monstruo, que no es otro que
la llama (aunque más parece una vicuña la de la portada, cuestión que será reiterativa en el libro). El héroe aventurero con
un sombrero a lo Indiana Jones coge de la cintura a la dama ¿Podrán salir
indemnes del acoso de sus fantasías? Quién sabe. Lo cierto es que el escenario,
el telón de fondo la ciudadela de Macchu Picchu parece ser el escenario
perfecto para que cobren vida los monstruos lovecraftnianos y el “Llamagedón”.
Al volver a la realidad, al mundo posmoderno, descubrimos que no hay épica, no
hay aventura, entonces, el sujeto tiene que ir inventándolo todo. La
insatisfacción me hace pensar que: “Si nada es como uno quiere entonces uno
termina imponiendo a la realidad cómo quiera que sea esta”. Así, el registro del
libro se mueve entre el costumbrismo duro y lo fantástico-extraño, entre el carnaval
y lo grotesco, el humor absurdo y la hipérbole.
Como
señala Fernando Iwasaki en el prólogo al libro: “Menos mal que el viajero de Bienvenidos a Incaland se pasa todo el
día comiendo, porque si encima le llega a hacer ascos a la estupendísima
gastronomía peruana, en su próximo viaje le obsequiábamos a Roas un tour a una
aldea jíbara sin cristianizar” (12). Bienvenidos
a Incaland no es una guía turística, es una ucronía, una realidad
alterna inventada por este Quijote afiebrado de lecturas, series de tv. y
fantasías. Los invito a sumergirse en este viaje insólito. Usted estará
viajando hacia otra dimensión, una dimensión no solo de combis y de llamas,
sino de la mente, un viaje hacia un mundo fantástico cuyo límite es el de los “gilipollas”.
Esta es la señal. Su próxima parada. Incaland ®…
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de
San Marcos