Miguel
Ángel Vallejo. La muerte no tiene ojos. Lima: Altazor, 2016. 158 pp.
Para algunos, todas las historias literarias son “historias
de amor” (sobre el tema del amor, volveremos al final). La novela de Miguel
Ángel Vallejo (Lima, 1983) no escapa a esta premisa. Una novela sobre seres
inmortales (uno en busca de su amada ausente). La primera conexión es sin duda,
el cine. La versión de Drácula de Francis
Ford Coppola (no la de Stoker) cobra vida en la novela, así como The Mummy de Stephen Sommers. Pero
además, la visualidad, sobre todo en el mundo no occidental remite tanto a Indiana Jones como a The Matrix reloaded, sobre todo en la
escena del capítulo 3, en la Sonqo se desvanece, así como Neo escapa tras los
múltiples replicantes del agente Smith. Todo ello nos lleva a pensar que el
autor recoge el imaginario popular del cine, las narrativas populares e incluso
el cine de serie B. Si este fuese un film, bien podría incluirse en la
monumental Mondo macabro de Pete
Tombs, sobre el cine más extraño, bizarro y periférico.
Y es que la novela si bien intenta crear una atmósfera local
–incluso con referencias a la obra de Arguedas-, hay pasajes en los que el uso
de determinado verbo ( “follar”) termina por enrarecer y distanciar esa misma
localidad, ya que la expresión proviene del mundo hispano y su uso en Lima es
casi nulo para referirse a la cópula. Si bien el personaje libidinal hace un
recuento de sus afectos, el tono se vuelve realista que hace perder la
atmósfera inicial. En ella el lector no sabe muy bien a qué se enfrenta, pues
luego descubrimos que se trata de un “serial-killer” muy especial: una momia de
reminiscencia egipcia. Y es aquí cuando la novela nos lleva por una ruta más
global: la figura de la momia, cuyo paradigma proviene de los años 30s,
producto de los Estudios Universal, con figura ícono del terror como lo es
Boris Karloff. Así, la presencia del danzante de tijeras es menor respecto del
monstruo.
Regresemos al amor. En la novela, el amor no tiene sentido,
su búsqueda no tiene el resultado esperado para el monstruo. Es más bien una
fantasía de Mana Wañuq Quispe Tito (la momia). La indiferencia de su amada,
hace que este opte por el suicidio. Nos parece una respuesta tópica (es decir,
el rechazo se puede homologar al del joven Werther por su prima Carlota)
funcional y predecible. Pero hay que añadir que la amada es dominante –las clases
sociales a las que pertenecen no permiten la unidad sino lo contrario: la unión
de los amantes es imposible incluso muchos siglos después. En ese sentido es un
discurso bastante conservador –como toda la narrativa de terror, en la que la
mujer es el agente del mal por excelencia, un ser negativo.
Ya César Pavese había escrito en “Vendrá la muerte y tendrá
tus ojos”, que la muerte es la vida y también la nada, pero si cambiáramos
muerte por amor, la idea funciona aún: el amor es la vida y también la nada.
Amor y muerte van unidos en un díptico inseparable. Pero es mejor mantener la
fantasía del amor, pues –siguiendo a Žižek- cuando esta se hace realidad (el
encuentro real con la amada), esta se torna una verdadera pesadilla.
Universidad Nacional Mayor de San Marcos