Carlos
Echevarría. La galaxia escarlata. Lima: Torre de papel, 2015. 146 p.
Carlos Echevarría (Lima, 1990) escribe esta precuela de El planeta olvidado (2012), muy al
estilo de las sagas del cine norteamericano. El resultado es dispar. La novela
rinde tributo a Star Wars (SW) y
quizás ese sea el principal defecto: reducir la trama futurista al
enfrentamiento entre dos fuerzas, la monarquía absoluta del Imperio Toriano
(equivalente al Imperio de Darth Vader) encarnado en la figura de Osturus
Cruldestor y la “FOUD” una suerte de “alianza democrática” interplanetaria
(similar a quienes defienden la República en SW), liderados por Jorleff. Los
personajes centrales no tienen densidad psicológica ni conflictos internos.
La novela de Echevarría se inserta dentro de la space opera. Contiene todos los
elementos tópicos: los piratas espaciales –al inicio de la novela-, el racismo
(las diferentes razas que pueblan el universo), las batallas espaciales y la
política colonial. La FOUD promueve una economía basada en el comercio (con una
serie de redes burocrático-administrativas), mientras que los Torianos
constituyen una fuerza militar que simplemente quiere gobernar todo el universo.
Aquí los buenos son buenos y los malos son malos. No hay término medio, a
diferencia del mundo real en el que hay espacio para lo gris, para aquello que
no se define aún o termina de definirse. Incluso Han Solo, el pirata de SW es
cínico a la vez que se descubre como “héroe”, es más verosímil; lo mismo de
Vader que decide salvar a su hijo, con lo cual se salva él mismo del “lado
oscuro”.
Llama la atención el carácter pre-moderno de la novela
pues el destino es una fuerza que domina las acciones. En algún momento Cruldestor
afirma sobre sus planes de expansión que “[…] nuestra historia nos da ese
derecho” (36); o “la conquista de la galaxia era su destino […] la victoria
estaba predestinada” (53). Incluso en el enfrentamiento entre ambos líderes,
Cruldestor afirma en su delirio: “los planetas federados no son conquistados
porque tuvieron mala suerte, los habitantes de estos mundos no son esclavizados
o asimilados al Imperio por desgracia. Todo
lo que reciben, se lo merecen […] (88, énfasis míos)”. Esto último es una
idea peligrosa ya que justifica la pobreza, la injusticia, la explotación como
algo natural, así como los genocidios en nombre de un destino superior ya
escrito.
Así como en la última entrega de SW los espectadores
observan las inverosímiles “rabietas” de Kylo Ren cuando no obtiene lo que
quiere, aquí asistimos al enfrentamiento de los líderes en el que “los soldados
torianos empezaron a hacer arengas, gritaban, alzaban los brazos apoyando a su
emperador” (103). La novela está pensada más para los lectores juveniles de novelas
de aventuras. Lo mejor del texto es su diseño en general, cuyo marco contextual
debería desprenderse más de la lectura en sí y no tanto de la explicación
paratextual.
Una CF
peruana demandará una localización en el espacio propio, o mejor dicho, una
apropiación de los códigos de la CF para referir, representar nuestra realidad.
En ese sentido, el caso de Luis T. Moy es singular, pues en base a los mismos
referentes (SW) explícitos en sus dos novelas, escribe un cuento “El último
cholo en Lima” (incluido en Se vende
marcianos), que si bien mantiene el eje racial (y se alimenta del
imaginario popular sobre lo “cholo” visto desde un sector social) logra hacer
un relato de aventuras más sólido, verosímil y maduro respecto de sus novelas
anteriores; o el caso de la CF tercermundista de mister Salvo o Pedro Novoa, el
clasicismo de Güich, el surrealismo de Donayre; las reflexiones metafísicas del maestro
Adolph, o la crítica sociopolítica de Rivera Saavedra... Lo mismo cabría
esperar de un autor de CF peruana: que se ajuste a una tradición y que la
desborde y subvierta.
Elton
Honores
Universidad
Nacional Mayor de San Marcos