Jorge
Ureta. Las bestias del abismo. Lima: Altazor, 2015. 117 pp.
Jorge Ureta (Lima, 1990) es autor de las novelas El caballero Tetrapaq y de Las bestias del abismo. Como todo autor
nacido a fines del milenio pasado está influenciado por la cultura de masas, y
en particular, del cine y la televisión. En esta última novela las influencias
son la canadiense Cube (1997) de
Vincenzo Natali, The Truman Show (1998)
de Peter Weir, Donnie Darko (2001) de
Richard Kelly en incluso de la televisiva Wayward
Pines de la cadena FOX. Sobre la primera ejerce influencia en la novela el
espacio cerrado imposible (en este caso, una casa en medio de las nubes a la
que deben recluirse mediante la violencia), la atmósfera que provoca angustia
por sentirse encarcelado, así como la necesidad de trabajar en equipo para
salir del encierro o explicarlo. De Truman, la posibilidad de ser observados
por un reality show –aunque es
posible encontrar otro parecido con Los
juegos del hambre-; de Donnie Darko, la imagen siniestra del conejo
parlante (aquí se trata de un hombre disfrazado de pollo que los amenaza con un
arma). En todas las referencias está presente la paranoia y la teoría de la
conspiración. De Wayward Pines, la misteriosa
muralla que encierra a los personajes
Dividida en cuatro partes, la novela de Ureta propone una
situación fantástica, posapocalíptica en la que Lima ha desparecido y Arequipa
es la capital (de ser cierta esta premisa la novela juega con la CF). Los
personajes se encuentran en un espacio imposible intemporal, un laberinto
rodeado de abismos y una casa en la que cada quien busca su refugio para
salvaguardar su existencia sobre el otro. Quizás aquí encontremos una
refracción de las familias disfuncionales que son más frecuentes en el siglo
XXI y que disuelven la idea de la “familia” como institución fundamental del
Estado-nación. Lo que domina es lo contrario, la singularidad y el egoísmo, el
interés particular y el individualismo.
Conforme avanza la novela las pistas falsas iniciales se
disuelven y el dato escondido se revela mediante flashbacks. Observamos la familia disfuncional de Jonás, personaje
principal de la novela, enfermizo, que ve a su propia madre suicidarse,
mientras él –Ezequiel- y su hermano convulsionan, no queda claro si producto de
la enfermedad o de si ambos han sido envenenados por la madre antes del suicidio
debido al abandono paterno y la enfermiza condición de los hijos (como de modo
frecuente ocurre en las noticias de crónica policial limeña). Lo cierto es que
al “despertar”, el personaje central aparece en un universo físico más cercano
al limbo, o acaso purgatorio (alguno de los personajes afirma que están en el
infierno). Esta otra lectura permite hacer más verosímil la existencia de los
personajes: lo que hemos visto es solo una imagen del infierno. El Jonás de Las bestias del abismo se revela al
final de la novela como Ezequiel, es decir, ha habido una suerte de duplicación
o fractura del sujeto que ha asumido la imagen del otro.
Lo mejor de la novela radica en la construcción de la
atmósfera, enrarecida por el acecho de monstruos sobre la casa que cobra diversas
formas, así como una suerte de pequeños hechos imposibles que ocurren en la
novela lo que invita al lector a una mayor atención del detalle. Estamos frente
a un narrador que busca inscribir su novela dentro de referentes locales, y que
posee a la vez cierta originalidad que le permite reescribir las fuentes, los
modelos, las influencias. Quizás el hecho de explicar la estancia como una forma
de infierno haga que la novela se vuelva conservadora en términos ideológicos (y
pierda fuerza), pero con todo sigue siendo original pues se trata de un
infierno televisado para las bestias, que disfrutan el show humano postmortem, mientras el sujeto sigue
tratando de responder a las eternas preguntas: ¿De dónde vengo?, ¿A dónde
voy?
Elton
Honores
Universidad
Nacional Mayor de San Marcos